Basquetplus.com

Antes de que los Detroit Pistons se convirtieran en el obstáculo principal de los Chicago Bulls de Michael Jordan para llegar a las Finales de la NBA, eran los Boston Celtics quienes ocupaban ese rol para los Bad Boys. Constantemente, el equipo dirigido por Chuck Daly chocó con el muro creado por la franquicia que lideraba Larry Bird. En 1987, estuvieron a punto de tumbarlos en el mítico Boston Garden. Sin embargo, apareció el alero para cambiar la historia. Se cumplen 33 años de aquel momento.

Ocurrrió durante el quinto partido de las Finales de Conferencia Este. Los Celtics, campeones defensores y el equipo que reinaba en esa costa de los Estados Unidos, se encontraba a punto de cederle la ventaja a sus rivales. Los emblemáticos Bad Boys llegaron a ese juego con un récord de dos victorias y una derrota, por lo que otro triunfo les permitiría cerrar la serie como locales. Algo que parecía concretarse, porque Detroit encaró los segundos finales con un punto de ventaja y la posesión a su favor.

Isiah Thomas se preparó para el saque de banda. Conectar con un compañero era, básicamente, lo único que lo separaba del festejo. Visualizó a Bill Laimbeer cerca de su aro y lanzó el balón, sin saber que Bird estaba atento a su mirada. Instantáneamente, se cruzó en el medio y robó el balón. Sin embargo, Boston seguía abajo en el marcador y quedaba muy poco tiempo en el reloj. El legendario jugador había hecho algo brillante, pero debía desplegar toda su magia para retomar el liderazgo. De alguna manera, se las arregló para no salir de la cancha y disparar un pase certero a las manos de Dennis Johnson, quien a falta de un segundo encestó mediante una bandeja.

Los orgullosos verdes se impusieron por 108-107, para luego quedarse con la eliminatoria en siete cruces. Eventualmente, cayeron en la instancia decisiva ante el Showtime de Magic Johnson y Los Ángeles Lakers. Sin embargo, el robo de Bird ha quedado en la memoria de quienes pudieron presenciar esa jugada como una demostración de su capacidad para percibir cosas que los demás no notaban. Un simple movimiento que no hizo más que agigantar su figura.