Mundial U22 de 1997

Aaron Trahair, un triple y el juramento que creó a la Generación Dorada

16:58 25/01/2020 | Argentina cayó ante Australia en semifinales, pero a partir de ese momento prometieron poner al país y al básquet en lo más alto. Lo cumplieron.

Los jugadores argentinos hicieron una promesa (Foto: Diario Olé)

Corría 1997 y el escenario era el Mundial U22 de 1997, en donde la Argentina había finiquitado primera en su grupo con cuatro victorias y sólo una caída en sus cinco presentaciones. El único que había podido ganarles fue España, pero al resto lograron con éxito dominarlos. Luego, los cuartos de final golpearon la puerta y los nacionales dieron la talla y batieron a la poderosa Lituania para avanzar a la próxima instancia, en donde enfrentarían a los australianos, quienes contaban con la ventaja de ser locales.

En las semifinales estaba Australia y un poderoso conjunto que desplegaba altura, pero también mucho talento. A pesar de los 20 puntos de un tal Emanuel Ginóbili, los locales se las arreglaron para llevarse el encuentro con un triple descomunal sobre la bocina de Aaron Trahair, que sentenció el partido 71-68 y gritó desmedidamente con sus compañeros, los fanáticos y un país detrás suyo. 

Pero lo importante de la historia no fue su triple, ni el rendimiento de Ginóbili o el gran papel que tuvieron los imberbes nacionales. Lo nodal del asunto fue que tras ese juego perdido, los derrotados, entre lágrimas, se hicieron una promesa de tratar de hacer grande al básquet argentino para ponerlo entre los primeros puestos del planeta a partir de los próximos torneos en los que participen.

Y de qué manera lo hicieron, saliendo campeones en Atenas en 2004 y quedándose con la plata en Yugoslavia dos años antes para finalmente condecorar el asunto con vastos partidos históricos y con jugadores llegando a lo más alto de la NBA y Europa. Scola, Ginóbili, Victoriano y muchos más cumplieron su objetivo y gestaron la Generación Dorada, aquella que tantas alegrías dio a un país que no estaba acostumbrado a tenerlas. Desde ese juramento, nada fue igual. Todo cambió para siempre. 

 

 

Ignacio Miranda/ [email protected]
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